Por más que pasen los años trabajando en accesibilidad, por mucho que lea, aunque hable constantemente con todo tipo de personas, nunca dejo de aprender.
Esto que me gusta y me satisface tanto, siempre me deja un sabor agridulce.
Siento que falta mucho por hacer y que mi lucha por la eliminación de barreras tiene que ser más intensa.
La experiencia más dura fue precisamente la más reciente y fue la que me impulsó a escribir este artículo y que también enviaré al Ayuntamiento de Pamplona, pues como os digo, creo que debo trabajar de forma más intensa en la eliminación de barreras, no solo en las arquitectónicas, sensoriales y cognitivas, sino sobre todo las sociales.
El sábado 26 de mayo tuve la oportunidad de acompañar a un grupo de personas de la Fundación Lesionado Medular por un paseo por el centro de Pamplona.
Al conocer bien la ciudad y su accesibilidad, diseñé una ruta con el menor número de obstáculos posible. He paseado con varias amigas en silla de ruedas con motor y si bien había algún tramo de adoquín y algún resalte, éstos no suponían demasiada molestia y nunca eran mayores de 2 cm de alto.
¿Entonces qué ocurrió el sábado?…pues varias cosas, la principal es que en la visita había personas con gran discapacidad, pero también con gran autonomía, que de forma independiente llevaban sus sillas de ruedas con el mentón o un palo en la boca que se acopla al joystic.
Pensad por un momento la sensación de transitar por un terreno irregular que os hace vibrar un poco, pensad que vais con la bici, una maleta o el carro de la compra…¿Cuesta controlar el movimiento verdad?…pues ahora pensad que controláis la bici con la boca o el mentón.
Con el grupo pudimos pasar por el adoquín, pero todavía me siento mal por el mal rato que pasó el grupo. Todas y todos fueron comprensivos y me manifestaron que les gustó mucho la visita.
Les llamó la atención lo limpia que es Pamplona y lo interesante de su historia. Pero desde luego el punto negativo estaba en el adoquín, así que les prometí que se lo diría al Ayuntamiento y que trabajaría para que en su próxima visita se encontraran una Iruña más accesible.
Así que este es el reto, conseguir que el recorrido del encierro y en general el casco viejo de Pamplona sea más amable.
Algunas personas dirán que en los laterales de las calles ya hay un pavimento más homogéneo…sí, claro ¿Y dónde se ponen las terrazas?¿Y cuándo los bares están llenos? Pues hay que abrirse camino por el medio, donde está peor el adoquín.
Otras defenderán el patrimonio, pues sí, pero estoy convencida de que se puede llegar a una solución respetuosa con el adoquín homogeneizando el pavimento. Además la sociedad cambia, cambia el entorno, si las cosas no se pudieran cambiar andaríamos por caminos de barro, recogiendo agua de los pozos con cubos y alumbrando los hogares con velas de cera.
Pero todo lo anterior es algo técnico que al fin y al cabo se resuelve, siempre y cuando haya buena voluntad y conocimiento. Lo preocupante es encontrar a personas que piensan que las personas con discapacidad no hacen turismo, que no gastan y que estarían mejor en sus casas.
Pues no, grande y triste error. El grupo que visitó Pamplona hace casi un mes, era un grupo exigente, que buscaba un turismo de calidad, que dejó dinero el la ciudad en la hostelería y en las tiendas de souvenirs.
Era un grupo magnífico que se merecía la mejor Pamplona posible, la próxima vez que vengan tenemos que ser capaces de ofrecérsela porque no será el turismo el que pierda, será la ciudad la que limite experiencias tan enriquecedoras.
Finalmente me gustaría dejar para la reflexión el ejemplo de Laguardia, donde el pavimento del casco viejo es muy amable, buena práctica que me recomendaron Izaskun y Francisco de Equalitas Vitae. También señalar el caso de Ampudio, que conocí gracias a mi gran amigo Isidro Martín del Río, que vivió en otra visita el pavimento de Pamplona.
Dos ejemplos de solución, seguramente no sean las únicas alternativas, habrá muchas más, pero lo importante es que en ambos casos hubo buena voluntad y determinación para cambiar las cosas, esa es la gran lección.
Marcela Vega Higuera.
Twitter: @marcevegah
Gerente de Calícrates.


